domingo, 29 de marzo de 2020

La omisión de Dios

Los cabalistas consideran que las sagradas escrituras tienen cuatro sentidos diferentes; el literal, el alegórico, el simbólico y el secreto. De la misma forma podríamos considerar que los hechos de la vida comparten tales interpretaciones. En mundos interpretativos, los hechos se convierten en metáforas. También considera la tradición hebrea que en la biblia está contenido todo el universo; que Hashem Elohim le transmitió a Moisés la palabra y que en ella está contenido lo que fue, lo que es y lo que será.
Nos dirigimos en un viaje de placer a un pequeño poblado a unos pocos kilómetros de Yacanto, llamado San Miguel de los Ríos. Un viejo amigo al que no veía hace 38 años es dueño de una estancia de unas sesenta hectáreas, con una vieja casa y una apacible hostería. Pasando Yacanto se termina el asfalto y el camino se convierte en ripio. Desde arriba de la montaña se observa a lo lejos el cerro Champaquí, el más alto de la provincia de Córdoba y más acá una serie de montañas más bajas con quebradas y colores diversos entre los que predominan el amarillo y el verde. El amarillo del suelo de altura y el verde de un pinar plantado por el hombre.
Desde arriba la visión es hermosa. A medida que descendemos nos acercamos a un río con un vado para sortear que nos adentra en un nuevo paisaje. Los árboles que predominan son coníferas y la sombra nos invade y nos enseña otro universo. A los pocos metros, a la izquierda, se encuentra la entrada a la hostería, con una tranquera y un corto camino con algunas araucarias que nos reciben. Al fondo una casa de piedra con la chimenea humeante y unas prolijas habitaciones en dos plantas a su lado.
Ya instalados en la hostería, salimos rápidamente a explorar el lugar. Al fondo se observa una casa de piedra, antigua también, después supimos que es de 1930 y más allá un precipicio de una cincuenta metros, nos señala que abajo corre un río, el Tabaquillos. Su color nos impacta, ya que el agua cristalina, las piedras y las plantas, le otorgan un color verde-azulado de una extraordinaria belleza. 
La zona está rodeada de plantas autóctonas, entre las que se encuentran hierbas aromáticas, todos arbustos bajos por la altura del terreno. Nos encontramos a más de 900 metros de altura. Sin embargo, el hombre ha plantado diferentes árboles que, increíblemente se han adaptado perfectamente. Así encontramos diversas clases de pinos, araucarias, nogales, avellanos y un sinnúmero de especies.
Las emociones vividas en el lugar nos invitan a la reflexión y nuestra primera expresión fue: “¡esto es un paraíso!”.
El paraíso es la representación mítica del hombre de un espacio idílico, el espacio en el que su inocencia lo protegía de todos los peligros. 
El paraíso es el jardín de Edén, Gan Edén en hebreo. El Génesis nos enseña que Dios colocó allí a Adam y a su compañera Javá (la que da vida) o Eva. La escritura nos enseña el lugar donde fue establecido el jardín, aunque no precisamente. Si sabemos que de un río que fluía de Edén nacían cuatro ríos, dos de ellos conocidos por nosotros, el Tigris y el Éufrates.
En el centro de dicho jardín plantó Dios, dos árboles muy particulares, el árbol de conocimiento del bien y del mal y el árbol de la vida.
El hombre y la mujer comieron del primero y adquirieron el discernimiento; aprendieron a juzgar, a definir qué es lo bueno y qué es lo malo. Así, perdieron la inocencia original y perdieron la protección de esa inocencia. A partir de ese momento tuvieron conocimiento de su existencia en el mundo, separados del mundo. Por ello se quedaron solos.
A partir de ese momento los seres humanos conocimos la nostalgia, que no es otra cosa que el dolor que nos causa el habernos alejado del nido.
Las escrituras nos dicen que Hasem Elohim plantó un jardín en Edén. De tal afirmación podemos interpretar que no fue el único que plantó. Si así fuera hubiera dicho “plantó el jardín” y no “un jardín”. 
Sentados en una piedra, a la vera del río Tabaquillos, sintiendo los aromas de las plantas, el sonido del agua y la observando las montañas, nos vino esta reflexión, ¿por qué Dios omitió decirnos que plantó otro jardín muy cerca de Yacanto?
En este jardín no somos inocentes, el juicio nos domina, aunque nos sentimos uno con la naturaleza. Sabemos que fuimos expulsados de Edén, pero al menos nos podemos solazar con este otro jardín. Que en él recuperamos por unos días las sensaciones que habrán tenido Adam y Eva antes de comer del árbol. Que, en definitiva, estamos en una permanente búsqueda de volver al nido, de sentir el abrazo que nos contenga y que nos diga que no estamos solos.
Finalmente subimos nuevamente la montaña y abandonamos San Miguel de los Ríos. Desde arriba mirábamos el jardín que acabábamos de abandonar y sentimos nostalgia. La misma nostalgia que debieron sentir Adam y Eva al abandonar el jardín de Edén. Somos ellos, somos Adam y Eva que permanentemente están buscando volver a la inocencia, la que teníamos de niños.
Seguramente la omisión de Dios fue intencionada, otra no podría ser la conclusión. Omitió decirnos de este jardín y seguramente de muchos otros; quizás el jardín también sea un patio pequeño donde jugaba todo el día a la pelota, o una calesita en la que me esforzaba en sacar la sortija o un viaje a Córdoba en Fiat 600; tal vez sea mirar a mis hijos, quizás sea un libro, quizás mi amor. No existen los paraísos perdidos, si no los encontramos es porque no los buscamos.





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