domingo, 29 de marzo de 2020

El álbum de figuritas

Teníamos más o menos diez años. Era la época en la que nos juntábamos a la tarde, después del colegio a jugar al fútbol en todas sus formas, desafío, cabeza a cabeza, flan flan, pateo y mareo. También jugábamos con los muñequitos que se usan para la torta en una especie de metegol; alguno tenía el metegol ese en el que los jugadores estaban fijos y tenían un resorte que permitía el disparo del balón y el arquero volaba de palo a palo manejado con una manija que estaba atrás. Había otro que era malísimo, se presionaba una tecla y el jugador, parado sobre una base redonda se movía en semicírculo para patear.
Así pasábamos nuestros días, llenos de fútbol. Jugábamos mucho a las figuritas también; recuerdo esas que eran de chapa, les decíamos “las chapitas”, en las que estaban las figuras de los jugadores. También venía en el paquete, una calcomanía muy linda con los escudos de los clubes. Jugábamos mucho a las figuritas y eso nos hacía conocer a todos los jugadores de todos los equipos de primera. Cuando llenabas el álbum recibías un premio. Nunca habíamos conocido a nadie que hubiera ganado el premio.
Un día salió un nuevo álbum de figuritas muy particular; tenía jugadores de fútbol, boxeadores y automovilistas.
En todos los casos había una figurita que era la más difícil. Este no era la excepción y más aún, eran tres las más difíciles. Un futbolista, un boxeador y un automovilista.
Como estábamos jugando al fútbol todo el día sobre la ancha vereda de Av. Del Trabajo, hoy devenida Av. Eva Perón, en Mataderos, necesitábamos pelota. Usábamos la pulpo grande de goma, las pelotas de Plastibol, que no eran aptas para ese tipo de partidos y nunca una pelota de cuero. Lo ideal era tener una pulpo grande recién pinchada para que no picara tanto y terminara en la calle.
Lo cierto es que con Alejandro y Albertito decidimos unir nuestras fuerzas y juntar las figuritas para intentar llenar el álbum.
Fuimos a lo de doña Cata, sobre la calle Albariño, una italiana toda vestida de negro que tenía mercería, y kiosko y compramos el álbum y las primeras figuritas. 
Casi sin darnos cuentas comenzamos a llenar el álbum y nos faltaban cada vez menos.
En un momento nos llegaron a faltar las tres más difíciles. De los jugadores de fútbol la más difícil era la de Ricardo Maletti, un marcador central de San Lorenzo; de los boxeadores, Carlos Monzón y de los automovilistas Héctor Gradassi.
Un día Alejandro nos dice, conseguí a Gradassi y a los pocos días viene Albertito y nos dice, ¡compré a Monzón! Cualquier transacción era válida, el premio era la pelota de cuero. ¡En esa época comprar una pelota de cuero era parecido a comprar hoy una playstation!
Faltaba Maletti.
Una tarde, muy temprano, sería la hora de la siesta y no se porqué yo no estaba durmiendo, ya que mi mamá me hacía dormir la siesta aunque no quisiera, pasé caminando por la casa de Juanchi. Juanchi era un chico menor que nosotros, tendría siete años, que vivía por Corvalán en una casa con un jardín al frente y un tapial bajo con la puerta de hierro. 
Juanchi era hincha de San Lorenzo y estaba en ese momento en la puerta. Me detuve, lo saludé y vi que tenía en sus manos un pilón grande de figuritas. Le pedí que me las mostrara y al ir pasando de una en una, ¡¡¡¡lo vi a Maletti!!!! Si bien por dentro sentí una estallido de ansiedad que de algún modo quizás lo exterioricé, traté por todos los medios de que la situación pareciera normal. Sin embargo no podía dejar de pensar que ahí, en las manos de Juanchi, estaba la pelota de cuero. Dejé que pasara algunas figuritas mas y le pedí que retrocediera. Llegó a Maletti y le dije a Juanchi que le cambiaba esa. Me dijo que no, le ofrecí dos, me dijo que no, le ofrecí cuatro, me dijo que no, que la mamá no lo dejaba; busqué persuadirlo, le dije que era conveniente, le daba otros jugadores de San Lorenzo de mi pilón, pero no. No quería que se diera cuenta que Maletti era la más difícil, sino nunca me la cambiaría; tampoco quería utilizar mi última oferta porque no hubiera resistido un nuevo no. Sin embargo la tuve que hacer, le dije a Juanchi que le daba todas mis figuritas, una pila de más de cien. Finalmente, al ver semejante cantidad, accedió. Me dio a Maletti. Apenas la tuve en mis manos, salí corriendo y de lejos le agradecí. No le di tiempo ni a arrepentirse.
Fui a ver a mis socios y les mostré la figurita más difícil y la pegamos en el álbum. Más tarde fuimos corriendo a lo de doña Cata a presentar el álbum completo. 
A los quince días aproximadamente, luego de ir reiteradas veces al kiosko a preguntar, ¿llegó la pelota? Recibimos el premio tan deseado, una pelota número cinco de cuero blanca y roja que retiramos con gran alegría.
Decidimos tenerla una semana cada uno, aunque siempre la usábamos cuando jugábamos juntos.
Los días de felicidad que nos esperaban con la pelota los imaginábamos interminables. Ninguno de nosotros, ni Ale, ni Albertito, ni yo pensamos que la alegría fuera a durar tan poco. Un día, más o menos al mes de tener la pelota, nos dispusimos a hacer un partido sobre la vereda de Corvalán, justamente para no exponer a nuestro tesoro a que se vaya a la calle sobre la avenida en la que pasaban las líneas 36, 103, 97 y 141.
Sobre Corvalán no pasaban casi autos y era una calle angosta, allí estaría a salvo de esos riesgos.
Comenzamos a jugar un lindo partido, la pelota se comportaba tal cual lo imaginábamos y nosotros nos sentíamos jugadores de fútbol de verdad, con una pelota de cuero, como los jugadores de primera. Si bien no era la hermosísima Pintier blanca que yo ya usaba como jugador de infantiles de San Lorenzo, en nuestros partidos de entretiempo en el Gasómetro, esta era lo más cercana a ella que podíamos tener.
Cuando en un momento determinado, la pelota se va inocentemente a la calle, la calle que como dije no pasaban casi autos y mucho menos colectivos, la calle tranquila que nos daba la seguridad que buscábamos.
En ese mismo momento, como si no existiera el azar y fuera todo obra de un destino prefijado, dobla de Av. Del Trabajo hacia esta calle tranquila, un colectivo 141, fuera de línea, si fuera de línea, vacío. ¿Con qué razón dobló allí, para qué dobló, quién lo mandó a doblar ahí? Justo en el instante que la pelota se iba a la calle, justo en el momento que el colectivo pasa. Justo en el momento en que el colectivo pasa por arriba de la pelota o que la pelota pasa por abajo del colectivo.
Sin embargo, si bien la pasó por arriba, no la mató, digo, no la reventó, la pasó por arriba con su doble eje trasero y quedó atrapada entre las dos ruedas. A nuestro primer suspiro de tranquilidad le siguió el grito desesperado, paraaaa, al colectivero y al ver que no se detenía, como yo era el más rápido, emprendí una frenética carrera por la vereda para que el colectivero me viera y se detuviera.
Lamentablemente mi carrera no fue lo suficientemente rápida para sobrepasar al colectivo y pude ver como la pelota se nos esfumaba entre las ruedas del mismo y me miraba de lejos quizás, con un llanto de desesperación.
Dios o el azar, como dice Borges, nos había llevado la pelota. En ese momento lo vivimos como una gran pérdida. ¿Porqué el universo nos había dado ese preciado objeto y nos lo había quitado en tan poco tiempo?
Con los años comprendí que el tiempo que compartimos con nuestras cosas y con nuestros afectos no es lo más relevante. Los años que compartí con mi padre fueron los suficientes para que hoy, aunque no esté, lo siga amando profundamente y siga presente en mi. Esa pelota, esa historia, perduran en mi, son míos definitivamente y nadie me las podrá quitar. 



3 comentarios:

  1. lindo recuerdo, para valorar antes que nada el recuerdo de jugar con los amigos del barrio...y dejar de lado (aunque sea por momentos) los objetos materiales que tanto intentamos conseguir aunque sintamos alegrías fugaces el conseguirlos...lo importante, lo que nos queda siempre siempre y lo que no nos puede sacar ni un colectivo ni el azar son los afectos y los vínculos generados a lo largo dela vida....

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  2. Hermoso cuento. Que rememora los años de la infancia, los amigos, el barrio, y los afectos que si lugar a duda no importa el tiempo, el corazón no sabe de horas, si de el amor que tuvimos a papá. (Fabi)

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