domingo, 29 de marzo de 2020

Bienvenidos al tren


Inexplicablemente me encontraba subido a un elegante antiguo vagón de un tren. 
Las paredes estaban revestidas en madera, el techo forrado en cuero negro. Las luz era suficiente y provenía de unas hermosas lámparas. El vagón no tenía ventanas. Pude ver solamente un asiento; era de madera muy bien barnizado.
En el vagón iban unos cuantos pasajeros, todos hombres. Iban callados y de pie. El ambiente que se descubría era de tristeza.
Conmigo subió uno de mis hijos que, con su alegría y vitalidad contrastó inmediatamente con el ambiente circundante. Este hecho provocó mi especial atención. Algo en mi interior disparó un alerta; un íntimo temor ante alguna percepción que no comprendía.
Ante tal circunstancia comencé a pensar cuál era el destino del tren, quiénes eran los pasajeros, por qué razón estaban tristes, iban todos al mismo destino? Qué hacíamos mi hijo y yo en el tren?
Debía tomar una decisión rápida ya que en el tren nadie hablaba, el silencio era unánime y no se por qué razón yo no hacía las preguntas a los pasajeros.
Me atormentaba pensar que algo malo pudiera ocurrir ya que conmigo estaba mi hijo.
De repente, sin darme cuenta si el tren había estado en movimiento o detenido, se abrieron las puertas del mismo y vislumbré una estación. En el andén se notaba una atmósfera diferente. La gente hablaba, se escuchaban ruidos,  había alegría, incluso la luz del día hacía que los colores que observaba desde adentro del tren, fueran más vivos, más intensos. Sin embargo, adentro del tren, todo era tristeza, ningún pasajero descendía y todo era monotonía.
En un arrebato lo empujé a mi hijo y lo hice descender del tren. Inmediatamente se cerraron las puertas y todo volvió a ser lo que era antes. Ya no veía la alegría del exterior. Todos los pasajeros seguían cabizbajos, callados y con tristeza en sus rostros.
Mientras tanto mi mente seguía trayendo infinidad de imágenes y haciendo infinidad de elucubraciones. El temor me volvió a invadir luego de la calma pasajera ante el descenso de mi hijo. No sabía qué hacía en el tren.
Una situación más que extraña terminó por preocuparme definitivamente. Sobre la única butaca  del vagón – en la que inexplicablemente no había nadie sentado- observé un sobre carta de color negro junto a una rosa roja. El sobre tenía mi nombre completo en letra cursiva de color gris.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo  y me paralizó por unos breves instantes. Una vez repuesto del shock, tomé el sobre, lo abrí y entendí que era una tarjeta de participación de una casa mortuoria anunciando un fallecimiento.
Miré a mi alrededor pero no observé a los demás pasajeros con un sobre similar al mío; por lo menos no lo tenían en la mano, aunque desconocía si lo habían recibido o no.
El vagón, ahora recuerdo, no tenía comunicación con los demás vagones, quiero decir, estaba aislado de los demás vagones así como del exterior, como ya expliqué, por la falta de ventanas.
Tomé el sobre y me apoyé sobre el frente del vagón al lado de la puerta. Miraba el sobre negro, la rosa roja, los pasajeros y, de repente, se abrió nuevamente la puerta.
Estábamos en otra estación, las mismas imágenes afuera, las mismas imágenes adentro. Yo, no participaba de ninguna de las dos, estaba desesperado decidiendo, qué hago, sigo en el tren o me bajo; será mejor seguir o será mejor bajar?
Por suerte o por desgracia, no tuve que tomar esa decisión, me desperté.
Creo que cuando llegue el momento oportuno ya sabré si seguir en el tren o bajarme definitivamente.

1 comentario:

  1. habrá que ver qué significa seguir y que significa bajarse...el contrato con la vida puede estar en el viaje o en alguna estación. Cariños

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