martes, 17 de septiembre de 2013

Sultán del ritmo


Mi amigo Emilio abrió la puerta de la vieja casa y me hizo pasar. Me había invitado a visitar la biblioteca de su abuelo ya que se había decidido a remodelar la casa para luego venderla y quería dar un destino a los libros que había en ella.
Mi amigo no es muy lector y no le da la relevancia que yo le doy a los libros. Entrar al escritorio en penumbras y ver allí tantos libros antiguos, me provocó una gran excitación.
Recorrí los anaqueles rápidamente con mi vista y Emilio me dijo “elegí los que quieras”. Al principio me dio un poco de vergüenza porque no quería mostrar la voracidad que tenía de llevarme, si era posible, todos los libros. Creo que si le decía dámelos todos, me los daba. Sin embargo, no me pareció que esa debía ser mi actitud.
Escogí unos pocos libros de autores clásicos, primeras ediciones muy bien encuadernadas que me despertaron una gran satisfacción.
Sin embargo, mi mesura en la apropiación de los volúmenes me tenía deparada una sorpresa.
En uno de los anaqueles superiores, extrañamente, y digo extrañamente porque esos libros no están nunca en los lugares inalcanzables de la biblioteca, vi un ejemplar de “Las mil y una noches”, en tres tomos, primera edición de editorial Aguilar. Una edición con bellas ilustraciones y la traducción del árabe de Rafael Cansinos Assens, la mejor traducción según Borges. Es un libro de gran valor en todo sentido y me sentí sumamente excitado al tenerlo entre mis manos. Pese a la acción bondadosa de mi amigo, tuve una respuesta quizás egoísta, ya que tomé los tres tomos entre mis manos y casi sin darle mucha importancia los bajé de la biblioteca y los incorporé al lote que ya había elegido. Oculté el valor que tiene el libro.
Emilio se retiró de la sala para realizar otros menesteres y  aproveché a sentarme en un antiguo sillón inglés para abrir al azar uno de los tomos del libro y detenerme a descubrir alguna historia.
Noche cuatrocientos cuarenta y cinco; Sherezad continuó con su relato, que es infinito y contó la historia de un Sultán de una región muy lejana  a Bagdad.
Una noche, Santoro, así se llamaba el sultán, organizó una fiesta para agasajar a sus amigos y recordar sus años pasados. Fue una fiesta de gran concurrencia donde todos se sintieron muy bien atendidos y en la que se brindaba permanentemente por la amistad y el reencuentro.
Bien entrada la noche, luego de mucha danza y diversión, algunos invitados comenzaron a abandonar el lugar, extenuados.
La esposa del sultán, la reina Gulnara, de gran cabellera rubia, se retiró de su presencia con un beso.
Sin embargo, Santoro permaneció junto a dos doncellas, danzando y divirtiéndose.
Cerca de él estaba el príncipe de una nación cercana al Bósforo, con su reina. Ella miraba al sultán con indisimulable deseo. Repentinamente sintió envidia por esas mujeres que lo rodeaban y danzaban junto a él. Que lo besaban en sus mejillas. Se sentía atraída. Quería descubrir el misterio que se le presentaba a su vista; un hombre que atraía a tantas mujeres. Quería descubrir lo que para ella era un secreto.  Quizás no era por el sultán sino por la situación que imaginaba, o quizás si. Las mujeres suelen ser muy imaginativas y tejer historias que, a veces, se convierten en realidad.
La reina Yelda, así se llamaba, imaginaba una historia que el sultán ignoraba. La reina se preguntaba cómo era posible que tuviera tantas mujeres. Que jugara tan al límite entre la reina y las doncellas. Si bien la poligamia estaba aceptada en el oriente, el sultán tenía una sola esposa. Quizás allí radicaba la intriga de Yelda.
La reina se preguntaba cómo era entonces que él se mostrara tan suelto y amable con esas mujeres ante el público.
Mientras tanto, el sultán ignoraba que era actor de otra historia que no fuera la que él estaba viviendo. Solo bailaba y reía; solamente se percató que estaba envuelto en una historia diferente a la que el creía, cuando la reina Yelda, comenzó a cruzarle miradas insinuantes y sonrisas cómplices.
Vivimos tantas historias como observadores hay de nuestras acciones. Mientras nosotros creemos estar viviendo una situación, para otro la historia es diferente. De tal modo que habiendo en la escena cuatro personajes, el sultán, la reina Yelda y las dos doncellas, cada uno estaba viviendo y sintiendo una historia diferente.
A veces, tenemos la suerte o la desgracia que esas historias se crucen; que lo hagan sólo dos de ellas o más. Una vez que llevamos a cabo cada uno de nuestros actos, los mismos son irreparables. El destino es irreparable. Sin embargo tenemos la posibilidad de elegir nuestras acciones entre un número infinito. Así, el destino es el que nosotros elegimos. La irreparabilidad del destino se produce una vez que elegimos.
Yelda, tomó la iniciativa y se acercó al sultán. La reina había elegido una historia. Todos elegimos una historia. No existe una historia verdadera, simplemente es la historia que nos contamos. Las historias que elegimos nos definen; somos esas historias.
Ya directa y decidida eligió la complicidad. Como en un antiguo juego de naipes, la reina pretendió descubrir las cartas.  Ante la mirada impávida e incrédula del sultán le habló en turco; le dijo "bu, düzenli", algo así como que es preciso mantener cierto orden en nuestras acciones. El sultán se sorprendió. Sintió en su interior que el espíritu estaba intacto. La declaración de esa reina le había creado un nuevo mundo. Las palabras no solo describen el mundo, también lo crean. Abren nuevas ventanas que podemos elegir o dejar pasar. Así, cuando nos dicen "te amo", el mundo nos cambió, nacen nuevas posibilidades. Nuestro mundo ya no es el mismo.
Santoro rápidamente comprendió que esa historia era diferente a la que él creía vivir. Sin embargo, celebraba excitado la interpretación de la reina.
Luego de la fiesta, el sultán tenía dos nuevas historias, había entrado en ellas. No sólo en la de la reina sino en la historia de las doncellas. Si bien, las posibilidades que se nos abren a futuro, son infinitas, sólo somos concientes de una pocas. Santoro celebró que de esas pocas que era consciente, dos por lo menos, lo excitaban.
Lo asaltaron las dudas y el recuerdo del árbol del bien y del mal.
El sultán, como Adán, estaba decidido a probar el fruto del árbol prohibido.
El libro del Génesis, de este modo señala la adquisición del juicio por parte del ser humano, fruto que no tiene relación con lo sexual sino con la adquisición de la facultad del hombre para emitir juicios, como Dios. El sultán se debatía en el juicio, entre lo que está bien y lo que está mal.
Es la eterna lucha entre las emociones y la razón. Entre nuestros dos cerebros.
Si existen tantas historias como seres humanos, hay cosas que para algunos están bien y para otros están mal. “Homo mensura”, el hombre es la medida de todas las cosas, decía Protágoras. Siendo así, a qué se le puede llamar el bien o el mal?
Quién dice, esto está bien y esto mal? Con qué autoridad?
El bien o el mal está en el juicio, no en la acción.
Ciertamente los seres humanos convenimos o coincidimos en el juicio que hay cosas que no se hacen, aunque cada vez son menos esas cosas.
 Algunos concluyen que el mal es aquello que perjudica, que lesiona, que lastima a otros.
Santoro, el sultán, no pudo dormir esa noche.
Mientras miraba al cielo, se imaginaba cometiendo sus deseos.
Ninguno que no pueda ser perdonado.

martes, 2 de abril de 2013

Una mirada diferente


El encuentro fue en una esquina casual.
Hacía ya varios años que se venían clavando la mirada y el azar o el destino evitaban el encuentro.
Una  secreta inteligencia que, indudablemente conocía el futuro, se negaba a que se produjera el momento fatal.
Sin embargo, había algo en los dos que se resistía. Ambos deseaban que se provocara ese momento que sería definitivo.
Hacía mucho tiempo que los compadritos habían abandonado las esquinas. Que éstas no eran el escenario de un duelo. Por eso sorprendía que esas dos almas se empeñaran en un enfrentamiento que seria el primero y el último.
El barrio era tranquilo y para esa época, principios de diciembre, se poblaba de jóvenes que disfrutaban del final de las clases. Las niñas y los niños se reunían para coquetearse mutuamente. Hasta altas horas de la noche. Eran tiempos de inocencia; las puertas de las casas se mantenian sin llave y la única supervisión y medida de seguridad era el alumbrado público y los vecinos que sacaban sus sillas y sillones a la vereda a tomar un poco aire fresco.
Lo que sucedió sólo lo puede referir una testigo de los hechos de la que hoy se desconoce su paradero. Alguna versión indicaba que se había ido a vivir al sur. Realmente no lo se.
Incluso la historia pasó desapercibida para los vecinos del barrio. Sólo algunos memoriosos relatan, de vez en cuando, las miradas fulminantes que se cruzaban entre ambos, bastante antes de ese momento definitivo.
Pasaron treinta y cinco años de ese suceso y hoy se volvieron a encontrar. No fue un encuentro convencional, no podía serlo. La trama secreta de la vida había hecho que se crucen  nuevamente. Treinta y cinco años después.
Tuvieron una charla amistosa. No había rencor en sus palabras. Recordaron si, que treinta y cinco años atrás habían coincidido en una esquina y que uno había había efectuado una oferta que el otro rechazó con un "no", intentando una breve excusa. Si bien no fue convincente, el otro entendió que había miedo, no obstante tuvo piedad y esperó una mejor oportunidad. Ambos creían que iba a haber otra oportunidad. Sin embargo esa oportunidad nunca llegó. Quizás fue lo mejor que les ocurrió en su vida. Paradójicamente para ellos fue el "no" más relevante de sus vidas. Fue un momento que quedará en sus memorias como triste y feliz a la vez.
En ese momento fatal, ellos tenían trece años, desde que estaban en jardín de infantes que se miraban con el amor de niños. Al final él se atrevió y la invitó a que fueran novios; ella por miedo le dijo que no.
Hoy, treinta y cinco años después hablaron del tema. Rieron y descubrieron que otro no podría haber sido el acontecer. Que esa secreta inteligencia que rige los destinos les tenía reservado una inmensa felicidad. Que les había hecho conocer otros seres con quienes habían repetido ese cortejo inicial y con quienes habían dado eternidad a sus almas a través de una hermosa descendencia. 
Ambos rieron por última vez y comprendieron que los hechos de la vida, sean que los definamos como buenos o malos nos dan la oportunidad de abrir los caminos hacia la felicidad.