martes, 18 de septiembre de 2012

La esfera de cristal

Poco tiempo antes de morir, mi padre me llamó y con cierta solemnidad me dijo que tenía algo muy importante para darme. Introdujo su mano en la bata que vestía y sacó una hermosa esfera de cristal, transparente, un poco más grande que una pelota de tenis. Me explicó que todas la esferas tenían algo de mágico pero que ésta, específicamente, tenía la cualidad que en su interior, vería reflejado todo nuestro universo. Que mi abuelo se la había dado a él y que a éste, a su vez, se la había entregado su padre, un italiano del sur. Mi padre me comentó que la esfera, al reflejar todo nuestro universo, nos mostraba todo nuestro pasado y todo nuestro futuro. Al ver reflejado en la esfera todo nuestro pasado, inmutable, podría comprender el presente, tanto el suyo como el mío. Respecto del futuro,me dijo, la esfera es más misteriosa, no refleja el futuro, tu futuro, sino infinitos futuros que están a tu alcance y que podés elegir. La sola idea de poder ver muchos futuros disponibles y elegir el que más deseara me subyugaba sobremanera. Incluso me generaba algo de desazón el hecho de pensar que, entre los futuros que podría tener, solo sería capaz de elegir de entre unos pocos, ya que me sería imposible ver los infinitos futuros. Todos tus sueños están contenidos en la esfera y todos pueden hacerse realidad. Las pesadillas también son sueños y nuestros fracasos son, quizás, sueños hechos realidad, me dijo. Por ultimo me advirtió; mirala todos los días, profundamente, ella te enseñará el camino, solo una vez, pero será suficiente. Quizás por un resabio del pensamiento mágico de nuestros lejanos antepasados, tendí a buscar poderes ocultos, códigos secretos, propiedades extraordinarias en la esfera que tenía en mis manos. Día a día durante largos años la observaba, miraba su interior, la recorría con los dedos y solo veía en ella el reflejo de mi rostro. Quería comprender el motivo por el cual mi padre me había entregado esa esfera. El no era religioso y me había entregado un objeto que representaba una idea cristiana, como una cruz o una estampita, las cuales actúan de mediadoras entre nosotros y un poder exterior, superior y ajeno. Un día, observando una vez más la esfera, noté que ésta reflejaba mi rostro de manera diferente. Todo mi rostro abarcaba la circunsferencia de la esfera y se ampliaba mostrando mi imagen hasta el más mínimo detalle. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al darme cuenta que no era la esfera que había cambiado mi imagen, sino que era yo quien observaba a la esfera de una forma diferente. La esfera no cambió, cambié yo. Al ver mi rostro comprendí el mensaje de mi padre. El nunca pretendió que la esfera tuviera poderes mágicos, sino que descubriera mi rostro reflejado en ella y pudiera saber que la cuestión es mucho más simple que lo que me imaginaba; que las respuestas están dentro mío, todos mis futuros posibles ya son parte mía. La magia, el milagro, el poder, están dentro nuestro, no hay que buscarlos afuera porque no existe un afuera. Somos todos parte de un mismo Ser y compartimos su esencia. Que no hace falta ver los infinitos futuros sino que solo basta elegir el que queremos para nosotros, desearlo profundamente con cada célula de nuestro cuerpo, se cumplirá. Quizás ése sea el desafío más relevante que tenga por delante: sentir que el futuro que elegí llegará inexorablemente. Erróneamente creemos que nuestra historia pasada nos dice qué futuros son posibles para nosotros. No existe tal determinismo. No importa lo que haya ocurrido antes, el futuro que elegí se va a cumplir de todas formas. Comprendí entonces que somos libres de elegir nuestro futuro, aunque muchas veces no nos damos cuenta de ello. Mi padre quizás no se dio cuenta de muchas cosas. Lo que estoy seguro, es que el futuro que soñó de joven de formar una amada familia, se le cumplió al pie de la letra.

Estambul

Era las once de la noche. Me encontraba en la plaza principal de Xanthi, una antigua ciudad de la región de Tracia, en Grecia. Me acerqué a un taxista de unos 60 años y en un muy rudimentario griego le comenté que al otro día, a la mañana, debía ir a Estambul, distante unos 400 km. de allí y le pregunté si era posible viajar en taxi. Me hizo señas que esperara y por su radio se comunicó con otro taxista al que le comentó que yo quería ir a Konstantinopoli; la nombró como era su nombre hace más de quinientos años, Constantinopla (antes Bizancio) y hoy Estambul, era la capital del Imperio Romano de Oriente. Se dice que el nombre Istanbul deriva del griego " ist in polis" (están en la ciudad) refiriéndose a los turcos que la invadieron y la tomaron en el año 1453. El taxista asintió con la cabeza y me dijo que a las cuatro de la mañana me pasarían a buscar; el viaje me costó cincuenta euros y tuve de compañeros a una madre con su joven hijo. Trasladándonos por una moderna autopista de oeste a este, todavía se observan los vestigios de la penetración turca, a través de las mezquitas que, a medida que uno se acerca al límite entre los dos países, se hacen más frecuentes. La invasión turca alcanzó toda esa zona de Grecia; incluso el héroe máximo de Turquía, Mustafa Kemal "Ataturk" nació en Tesalónica. Llegamos a Estambul cerca del mediodía y me hospedé en el hotel Polat, en la zona de Florya, sobre el mar de Mármara. Rápidamente dejé mis pertenencias y salí a sumergirme en la cultura de esa ciudad fantástica, aunque no era la primera vez que la visitaba. Siempre me provocó placer el hecho de salir a lo desconocido, de caminar por todos esos lugares que me resultan a la vez extraños y familiares. En el fondo las diferencias entre los seres humanos no me parecen tan profundas. Visité Agia Sofia, una gran iglesia cristiana gnóstica del año 300 aproximadamente, luego convertida en mezquita y ahora museo. Me impresionó su grandeza y el hecho que no estaba dedicada a una "santa" (agia, en griego) Sofía, sino a la "santa" sabiduría (de sofos, que en griego significa sabiduría). Su nombre completo es Iglesia de la Santa Sabiduría de Dios. Al observar su inmensidad, su altura, su larga escalera para subir a los pisos superiores, su silencio, no pude mas que detenerme y comenzar a reflexionar acerca del mensaje que interpreto emana de todo ese ambiente. Es el mensaje de la eternidad. Eternidad no como inmutabilidad, sino como permanente cambio, pero un cambio que no reconoce límites de tiempo. Un cambio que no está supeditado a un tiempo. Lamentablemente a mi entender, la interpretación humana del cambio está determinada por la necesidad de llevarlo a cabo dentro de un tiempo finito, que es el tiempo de nuestra existencia. Y dentro de ese tiempo, de otros tiempos que nos marcan las diferentes edades. Nos imponemos determinados objetivos dentro de un tiempo, pasado el mismo el objetivo es considerado imposible, improbable o inconveniente. Siempre me resultó difícil esperar. Consideré a la espera como una pérdida de tiempo. Quizás por haber creído que el tiempo se va descontando. Ello a su vez me generó la ansiedad de lograr los objetivos en un plazo determinado y si no es así, es un fracaso. Un concepto arraigado al principio de muchos deportes, del juego. Intentar ganar dentro de un tiempo prefijado, o salir derrotado. Mientras caminaba y reflexionaba sobre estas cuestiones, observaba unas obras de arte descubiertas bajo las capas de pintura de las paredes pintadas por los turcos. Son trabajos en mosaicos, con pinturas en oro, de santos cristianos, príncipes y familias relevantes de la antigua Constantinopla. Pensé que ellos eran más conscientes que yo de la necesidad de la espera. Que los logros que ellos buscaban podían incluso transcender sus vidas. La expectativa de la época era de pocos años de vida comparada con la nuestra y los objetivos, como el construir una iglesia, realizar una obra de arte, etc. consumían mucho más tiempo que en la actualidad. Sin embargo, no parecían estar apremiados por el tiempo. Me los imaginé dispuestos a aceptar la espera. Hacía un tiempo estaba abocado a descubrir estas inquietudes ya que mis lecturas habían comenzado a dirigirse hacia textos en los que, casualmente? la cuestión de la espera era el punto central. Ya había descubierto a Heráclito y a los estoicos, quienes me mostraron el camino de la paciencia. Cultivar la paciencia como aceptación de que nuestro tiempo interno o kairos para los griegos, a veces no se corresponde con el tiempo externo de realización de nuestros objetivos y que, sin embargo, si logramos la congruencia mente-cuerpo, los mismos se facilitan pues estando en armonía con el universo, los caminos se nos abren a nuestro paso. Forzar una situación no hace mas que generar resistencia en las fuerzas del universo, con el perjuicio que toda lucha produce. No existe lucha en la que uno de los contendientes salga inmune. Me fui de Agia Sofía con el profundo convencimiento que algo en mi había cambiado. Cuando llegué al hotel, encendí el iPad, abrí la Biblia y al azar elegí una página; siempre me gustó hacer eso, tomar un libro al azar de la biblioteca y abrirlo tambien al azar.: página 822, salmo 42, versículo 12. "Porqué te deprimes alma mía?, Porqué te inquietas? Espera en Dios. y yo volveré a darle gracias a Él Que es mi salvador y mi Dios." Mirando por la ventana la inmensidad del mar de Mármara comprendí que los antiguos habitantes de la Tierra ya tenían conciencia del poder del ahora; que pretender acercar más rápido nuestro futuro genera una reacción del cuerpo que nos perjudica, nos deteriora y nos demuestra que no está en armonía con el universo. Ello no significa que nos quedemos inmóviles, al contrario, significa que si llevamos a cabo todas las acciones destinadas a satisfacer nuestros deseos, ellos se cumplirán, mas a su debido tiempo. No somos nosotros los que decidimos cuándo, si no qué y cómo. Me acosté a descansar unos momentos y todos mis deseos se hicieron presentes en un sueño. Están viniendo, llegan sin avisar. Incluso vendrán algunos que ni siquiera creí posibles. Solo me queda esperar.