martes, 18 de septiembre de 2012

Estambul

Era las once de la noche. Me encontraba en la plaza principal de Xanthi, una antigua ciudad de la región de Tracia, en Grecia. Me acerqué a un taxista de unos 60 años y en un muy rudimentario griego le comenté que al otro día, a la mañana, debía ir a Estambul, distante unos 400 km. de allí y le pregunté si era posible viajar en taxi. Me hizo señas que esperara y por su radio se comunicó con otro taxista al que le comentó que yo quería ir a Konstantinopoli; la nombró como era su nombre hace más de quinientos años, Constantinopla (antes Bizancio) y hoy Estambul, era la capital del Imperio Romano de Oriente. Se dice que el nombre Istanbul deriva del griego " ist in polis" (están en la ciudad) refiriéndose a los turcos que la invadieron y la tomaron en el año 1453. El taxista asintió con la cabeza y me dijo que a las cuatro de la mañana me pasarían a buscar; el viaje me costó cincuenta euros y tuve de compañeros a una madre con su joven hijo. Trasladándonos por una moderna autopista de oeste a este, todavía se observan los vestigios de la penetración turca, a través de las mezquitas que, a medida que uno se acerca al límite entre los dos países, se hacen más frecuentes. La invasión turca alcanzó toda esa zona de Grecia; incluso el héroe máximo de Turquía, Mustafa Kemal "Ataturk" nació en Tesalónica. Llegamos a Estambul cerca del mediodía y me hospedé en el hotel Polat, en la zona de Florya, sobre el mar de Mármara. Rápidamente dejé mis pertenencias y salí a sumergirme en la cultura de esa ciudad fantástica, aunque no era la primera vez que la visitaba. Siempre me provocó placer el hecho de salir a lo desconocido, de caminar por todos esos lugares que me resultan a la vez extraños y familiares. En el fondo las diferencias entre los seres humanos no me parecen tan profundas. Visité Agia Sofia, una gran iglesia cristiana gnóstica del año 300 aproximadamente, luego convertida en mezquita y ahora museo. Me impresionó su grandeza y el hecho que no estaba dedicada a una "santa" (agia, en griego) Sofía, sino a la "santa" sabiduría (de sofos, que en griego significa sabiduría). Su nombre completo es Iglesia de la Santa Sabiduría de Dios. Al observar su inmensidad, su altura, su larga escalera para subir a los pisos superiores, su silencio, no pude mas que detenerme y comenzar a reflexionar acerca del mensaje que interpreto emana de todo ese ambiente. Es el mensaje de la eternidad. Eternidad no como inmutabilidad, sino como permanente cambio, pero un cambio que no reconoce límites de tiempo. Un cambio que no está supeditado a un tiempo. Lamentablemente a mi entender, la interpretación humana del cambio está determinada por la necesidad de llevarlo a cabo dentro de un tiempo finito, que es el tiempo de nuestra existencia. Y dentro de ese tiempo, de otros tiempos que nos marcan las diferentes edades. Nos imponemos determinados objetivos dentro de un tiempo, pasado el mismo el objetivo es considerado imposible, improbable o inconveniente. Siempre me resultó difícil esperar. Consideré a la espera como una pérdida de tiempo. Quizás por haber creído que el tiempo se va descontando. Ello a su vez me generó la ansiedad de lograr los objetivos en un plazo determinado y si no es así, es un fracaso. Un concepto arraigado al principio de muchos deportes, del juego. Intentar ganar dentro de un tiempo prefijado, o salir derrotado. Mientras caminaba y reflexionaba sobre estas cuestiones, observaba unas obras de arte descubiertas bajo las capas de pintura de las paredes pintadas por los turcos. Son trabajos en mosaicos, con pinturas en oro, de santos cristianos, príncipes y familias relevantes de la antigua Constantinopla. Pensé que ellos eran más conscientes que yo de la necesidad de la espera. Que los logros que ellos buscaban podían incluso transcender sus vidas. La expectativa de la época era de pocos años de vida comparada con la nuestra y los objetivos, como el construir una iglesia, realizar una obra de arte, etc. consumían mucho más tiempo que en la actualidad. Sin embargo, no parecían estar apremiados por el tiempo. Me los imaginé dispuestos a aceptar la espera. Hacía un tiempo estaba abocado a descubrir estas inquietudes ya que mis lecturas habían comenzado a dirigirse hacia textos en los que, casualmente? la cuestión de la espera era el punto central. Ya había descubierto a Heráclito y a los estoicos, quienes me mostraron el camino de la paciencia. Cultivar la paciencia como aceptación de que nuestro tiempo interno o kairos para los griegos, a veces no se corresponde con el tiempo externo de realización de nuestros objetivos y que, sin embargo, si logramos la congruencia mente-cuerpo, los mismos se facilitan pues estando en armonía con el universo, los caminos se nos abren a nuestro paso. Forzar una situación no hace mas que generar resistencia en las fuerzas del universo, con el perjuicio que toda lucha produce. No existe lucha en la que uno de los contendientes salga inmune. Me fui de Agia Sofía con el profundo convencimiento que algo en mi había cambiado. Cuando llegué al hotel, encendí el iPad, abrí la Biblia y al azar elegí una página; siempre me gustó hacer eso, tomar un libro al azar de la biblioteca y abrirlo tambien al azar.: página 822, salmo 42, versículo 12. "Porqué te deprimes alma mía?, Porqué te inquietas? Espera en Dios. y yo volveré a darle gracias a Él Que es mi salvador y mi Dios." Mirando por la ventana la inmensidad del mar de Mármara comprendí que los antiguos habitantes de la Tierra ya tenían conciencia del poder del ahora; que pretender acercar más rápido nuestro futuro genera una reacción del cuerpo que nos perjudica, nos deteriora y nos demuestra que no está en armonía con el universo. Ello no significa que nos quedemos inmóviles, al contrario, significa que si llevamos a cabo todas las acciones destinadas a satisfacer nuestros deseos, ellos se cumplirán, mas a su debido tiempo. No somos nosotros los que decidimos cuándo, si no qué y cómo. Me acosté a descansar unos momentos y todos mis deseos se hicieron presentes en un sueño. Están viniendo, llegan sin avisar. Incluso vendrán algunos que ni siquiera creí posibles. Solo me queda esperar.

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